Crónica de una muerte anunciada.

LLEGÓ EL MOMENTO. Así, en mayúsculas. Para que se vea bien. Llegó la crónica de una muerte anunciada: El lunes fue el día en el que le dije adiós a la las vacaciones.

No me gustan las despedidas, pero tampoco me vuelve loca darle la bienvenida a la vida laboral. Nunca he tenido clara mi relación con la vuelta al trabajo. Será porque todo depende de cómo me hay ido hasta el momento de la vuelta. El trabajo sigue ahí. No se ha movido del sitio. Pero le miras con diferentes ojos. Le ves y te rindes. ¡No me digas que tú tampoco te rindes porque te conozco!

Pero no. Así no va el juego. Huir, ya sabes, es de flojos. Recuerda que las personas como tú no huyen. «Aflojan» la marcha en caso de urgencia pero…no huyen.

KEEP CALM. No queda otra que volver. ¿Y sabes qué? Que no pasa nada. Y no pasa nada porque la vida tranquila está muy bien pero…sin abusar. Creo en el poder curativo de las vacaciones. Como también creo en el poder curativo del trabajo.

Perdonad la sinceridad pero el verano está sobrevalorado. Desde bien pequeñitos sabemos que las vacaciones es un estado mental de enajenación transitoria y, a pesar de saberlo, cada año aparece “la depre”, el bajón, la morriña…(ponle el nombre que quieras). Los hay que tienen la necesidad de hacer algo, lo que sea, para superar ese trance. Hacer vudú a los que empiezan ahora las vacaciones, por ejemplo.

Qué débiles somos, ¿verdad?

Yo ya no tengo paciencia para algunas cosas y, mirando de reojo a mi alrededor, veo que quejarnos es una enfermedad que a todos nos afecta. Y por mucho que se repita, no existe antídoto. Ni existirá.  ¡No se puede vivir con la queja todo el día!

En una moneda siempre hay dos caras. Y aquí, también.

La vida es bella. Sí. Aunque a veces te toquen las narices.

La vida aprieta. También. Pero no ahoga.

La vida es un constante dejar atrás. De eso no hay duda. Pero también es una puerta que se abre a todo lo que queda por vivir (será lo mejor que se haya vivido hasta ahora, que los sepas).

Al empezar de nuevo, aparte de no recordar la contraseña del ordenador, veo (al principio un poco borroso, lo confieso) un nuevo punto de partida. No vuelvo sobre mis pasos. Del pasado me quedo sólo con las cosas bonitas. Me gusta mi rutina y saberme los caminos de memoria. Me gusta mi ciudad. Volver a mi caos. La dieta. Atascos. Autobuses que no llegan a la hora. Volver a quedarme dormida por los rincones. Soñando pero…más despierta que nunca. Algunas cosas son las mismas, pero otras no. Lo que viene es aún mejor. Se acaba el terraceo pero seguiremos en los bares. Se acabó el tinto de verano tumbada en la arena. Pero vuelve el café entre compañeros.

Nunca dejéis de creer en el valor de esos cafés.

Dicen que las ocasiones las pintan calvas. Y yo pienso creérmelo a pies juntillas. Ahora toca inventar y reinventar. También dicen que cada uno de nosotros buscamos la felicidad donde queremos…o donde podemos y si tú eres de los que pueden elegir ser feliz en todo momento… ¡no seas tonto y hazlo! Posiblemente haya veces que seas incapaz de reír pero si hay algo que tenemos en común todos los humanos es la capacidad de sonreír. Algunos mejor que otros, cierto.

Echaré de menos, porque me lo debo, la siesta, el sabor de la sardina y el canto de las chicharras. Momentos de felicidad diaria que pasamos por alto pero que me recuerdan que no cambiaría mi vida por la de nadie.

Reconocedlo.

Estamos mejor de lo que pensamos.

 

Coco.

Fuente de la fotografía: Pinterest

                       

 

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