Con el nombre de…Maruja.

Frente a unas perdices en escabeche, de esas que jamás volveré a probar, descubrir a…Maruja.

Cuerpo menudo. Tono de voz tranquilo. Y mirada divertida. De esas que saben el enorme poder que da tener sentido del humor. De esas que, aunque les quede poco por descubrir, jamás dejarán de sorprenderse. Y menos mal. Porque es esa mirada la que hace de ella una jovencita octogenaria.

Ligera de equipaje, recibe lo que le queda de vida con los ojos bien abiertos. Prestando atención a todo lo que pasa a su alrededor. Aprendiendo a base de vivir. Sin dar consejos. Comiéndose el mundo a trocitos. Y disfrutando de los buenos placeres.

Descubrir a Maruja y…su tarta de manzana. Esa que aprendió de su abuela. Y la misma que su hijo Carlos ha heredado. Amasada lentamente con las manos curtidas, llenas de unas arrugas grabadas por las aventuras y desventuras de toda una vida.

Mientras se deja convencer con una copa de vino tinto, te cuenta cuál es el secreto para hacer ese caldo con pelotas que revive a un muerto. Detalle a detalle. Ingrediente por ingrediente. Le gusta su rutina. Y, entre tanto, se fuma un pitillo. Pequeño vicio que retoma de vez en cuando. Sobre todo cuando se siente rebelde. Porque es rebeldía lo que aparece en sus ojos cuando nos relata su memoria histórica. Sin rencor. Solo desde el recuerdo. Poniendo voz a una generación y despertando la admiración de todos los que allí estamos, alrededor de una mesa, escuchándole sin atrevernos a interrumpir.

Y si hay que hablar de política, ahí está. Hablando sin parar. Casi sin respirar. Compartiendo preocupaciones e ilusiones a partes iguales. Sin ases en la manga. Sin fingir. Y sin juzgar. Mirando hacia adelante. Con la misma esperanza en el futuro de su país que la que tienen sus nietos más pequeños.

Descubrir cómo, durante quince días y alguna noche en vela, ha ido montando un Belén que ocupa medio salón de su casa, donde vive sola, esperando que sus hijos y nietos vayan a cantar villancicos. Su gente sufre cuando la ven encima de un taburete dándole luz al pesebre. Y aguantan la respiración cada vez que se pone a cuatro patas para que los peces beban en el río. Ella lo sabe. Pero, la muy cabezota, no les deja entrometerse. Es su pasión. Sólo cuando se quede sin fuerzas, se dejará llevar. Eso dice. Y yo, le creo.

Descubrir que hay gente de vuelta de todo…y de nada. Fuente de inspiración. A pesar de la edad, Maruja aún cree en los milagros. Sueña con lo imposible. Sabe bien lo que quiere y se lanza a por ello como si fuera la primera vez. Haciendo planes. No se rinde. No se conforma. Porque, como bien dice, a la vida hemos venido a dejarnos las ganas. Se resiste a ser una anciana más.

Descubrir que hay magia detrás de una voz ronca bajo la piel marchita. Piel que huele a hogar. A ternura. Y a sabiduría. Símbolo de todo aquello que necesitas saber para saber dónde vas.

Porque las sorpresas están ahí. A la vuelta de la esquina. Con el nombre de…Maruja.

 

Coco

Fuente de la fotografía: Pinterest

 

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