Emparejando…calcetines.

Ayer, mientras me dedicaba concienzudamente a emparejar calcetines, pensaba en esos otros que –rebeldes- habían decidido tener vida propia antes de entrar en el tambor de la lavadora. Mi madre siempre sabía dónde estaban las cosas. No se le escapaba ni un calcetín. Y no sé si es porque siempre admiré ese superpoder de saber el escondite de cualquier objeto, el caso es que cuando los veo ahí solos a mi cabeza le da por ponerse a pensar. Una asociación rara eso de calcetines y pensar pero ¡os prometo que es así!

Entre calcetines me dediqué, como tantas otras veces, a buscar el significado más profundo de las cosas. En otra época de mi vida, cuado llegaba el momento “calcetines”, mi mente empezaba a trabajar de tal manera que hasta mi corazón se aceleraba al ritmo del centrifugado. Imposible acompasar a respiración. Descartada la relajación, soltar la mente, elevarme a un mundo superior, etcetcetc. Siempre fallaba. Cualquier mecanismo de estos fallaba…¡iba mi vida en ello!

Pasados los años, los calcetines y yo seguimos fieles a nuestra cita. Y en cada cita me doy cuenta que estoy un poco perdida. Como ellos. No sé cuanto de esto le debo a los que se han amotinado camino de la lavadora a lo largo de todos estos años. Eso sí. Cada vez menos perdida. Porque a fuerza de encontrarme con el resto ahí tiesos, y tirados en un cesto, han acabado representando esa parte inútil de nuestra vida que, por una extraña razón, nos negamos a deshacernos de ella pensando que alguna vez volverá a tener el protagonismo y la gloria que perdió. Curioso. Igualito me pasa con algunas personas. ¡Y ya no va mi vida con ellos!

Y porque, pasados los años y en parte gracias a esos calcetines, he terminado aprendiendo que hay que aceptar el mundo tal como es. O dicho de otra manera: hay cosas que YA me dan absolutamente igual.

Ya está. Ya lo he dicho. Sigamos emparejando calcetines.

Hoy será el primer día del resto de mi vida. Y…de mis calcetines.

 

Coco

Fuente de la fotografía: Pinterest.

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