¡Te Odio!

Sí, sí, como lo lees. A ti, querido whatsapp. ¡Te odio!

Vale que mis “odios”, como el que te tengo a ti, van acompañados de un toque de cariño pero amigo eres tan odioso como necesario. Así de claro te lo digo. ¡No te soporto!

Reconozco que has venido para quedarte y si no es para siempre, casi. ¡Además eres gratis! y eso en los tiempos que corren tiene mucho mérito. Aplaudo uno de tus grandes logros: esos chats colectivos en los que reúnes grupos de amigos que hacía siglos no hablaban, o a padres de hijos adolescentes (y no tan adolescentes) preocupados por saber desempeñar un poco mejor su papel de cabeza de familia. Gracias a ti organizamos tremendas barbacoas para echar las risas del finde, traficamos con los trabajos escolares del pequeño, o con las fotos graciosas de turno. Sí, esas fotos que “misteriosamente” aparecen en los grupos que no corresponden o llegan a un destinatario distinto provocando las risas de algunos y las crisis de otros.

Pero… ¡ay amigo, cuánto daño se ha hecho con tu uso y abuso! A fuerza de ser sincera he de decir que el daño no lo has hecho tú ¡ni mucho menos! Pero a cualquiera que le preguntes te podrá contar una anécdota, o dos, de situaciones divertidas, y no tan divertidas, donde tú eras el auténtico protagonista.

Lo de menos son las faltas de ortografía. Eso, comparado con otras burradas, aunque sea grave no deja de ser un juego de niños. Algunas hacen mucho daño a la vista porque ¡vaya tela con el lenguaje que se gasta cuando vamos armados de smartphones y teléfonos de todo tipo!

¿Y qué me dices de cómo se pone el tema cuando al corrector ortográfico del aparatito le da por gastarte alguna jugarreta, poniendo palabras que no querías o acentos que no debías? ¡Al rojo vivo, señores!

Papelón el de los emoticones ¡Madre del amor hermoso! ¡Ojito con el “bicho” que acompaña al mensaje que envíes! Y ojito también con la cantidad de signos de exclamación e interrogación que le acompañan. ¡Como pongas más de uno estás perdido! Rápidamente alguien te escribirá algo así como: “ estás enfadado???” o “no chilles!!!”. ¿Te suena de algo?

Todo esto así, en frío, parece incluso divertido. Sin embargo la cosa se complica cuando la conversación es más seria y va más allá de un simple ok o de un rato de risas con tu gente. Se complica y bastante cuando en esa conversación, además, entran en juego intereses personales, profesionales y, por supuesto, emocionales.

Ahí viene el daño. La comunicación sufre. Nosotros también. Y mucho. Empezando porque una misma frase no es igual para quien la lee y para quien la escribe. ¡Que el whatsapp lo carga el diablo! ¡Y ese diablo, te guste o no, eres tú! Lo digo por experiencia. Me ha pasado y no una, muchas veces. Escribes y quien recibe tu mensaje interpreta algo muy diferente a lo que tú pretendes decir. Por una extraña razón el mensaje se desvirtúa. A partir de ahí el resto de la conversación sigue un camino que… ¡Oh My God! Es como si un misterioso ser se apropiara de vuestras identidades y cada frase empeora lo dicho en la anterior, en la siguiente, en la de después…y, definitivamente, caes en bucle ¡Pa ´vernos matao!

Esas palabras, Querido Whatsapp, en principio inocentes, se convierten en diabólicas y dan al traste con el negocio del siglo o tienen el honor de romper definitivamente una relación, del tipo que sea. Hecho éste que, seamos sinceros, aliviará a más de uno.

Ante esto me pregunto: ¿Dónde ha quedado lo de mirar a los ojos? ¿Dónde están las sensaciones? ¿Qué pasa con esas conversaciones atropelladas, salpicadas de risas y algún que otro grito? ¿Y ese desmelene que tanto nos gusta? Aquí entono el mea culpa. Ahora, yo la primera culpable, somos auténticos autómatas. Siempre en perfecto silencio, y en estado de concentración, agachamos la cabeza, miramos al teclado perdiéndonos cómo pasa la vida a nuestro lado y movemos los dedos de forma frenética en lugar de utilizar las manos para saludar o regalar una caricia.

No dejemos nuestra relación con el resto del mundo en manos de un aparato telefónico. Cambiemos el emoticón por nuestra sonrisa, las exclamaciones por risas y hablemos más con la boca que…con los dedos. Atreveos a perder el tiempo charlando de vuestras cosas en un parque, un bar, o donde te dé la real gana con un café, un gin, o un tonic, como testigo. No te pierdas la cara de sorpresa de tus amigos cuando les invites a celebrar tu divorcio. Vuelve a sentir escalofríos por todo el cuerpo al contemplar cómo tú soñado proyecto descuelga la mandíbula de más de uno. No renuncies al revolcón de tu vida por cuatro frases wasapeadas (y muy mal copiadas)… ¡tírate a su cuello y llénalo de mordiscos!

Y que las risas se oigan, las voces suenen, que las caricias se sientan y las miradas…sigan despertando emociones. ¡Hombre ya!

 

Coco

 

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