La culpa…de Los Aristogatos.

Cuando era pequeña el París que existía en mi cabeza era la mezcla de muchas historias. Tejados de zinc. Largos bulevares y el sonido de acordeones. Esa mezcla del lujo y los rincones decrépitos. Ventanas que invitaban a espiar vidas ajenas. Infinidad de pequeñas mesas ordenadas en las aceras para ejercer de espectadora de la vida parisina. Como si de un patio de butacas se tratara. París se convirtió en una atracción casi enfermiza.

La culpa…de Los Aristogatos.

Me hice mayor y una de las manías que me acompañan es que nunca espero nada de los viajes. He comprobado, una y otra vez, que todo aquello que imagine quedará siempre superado por la realidad. Y París lo ha vuelto hacer. Otra vez acerté. A pesar de no ser nueva para mí. No es mejor ni peor que las anteriores veces que decidí escapar allí. Es…diferente.

Me gusta París. No hablo de las luces de la Torre Eiffel. Tampoco de los bohemios que fuman en las puertas de las braseries. Ni siquiera el Sena con sus bateau. Es lo que ojo de la cámara no ve pero que mi retina conservará hasta el último de sus días.  El irresistible perfume de las parisinas. Esa temperatura húmeda y juguetona. El aroma del pan. Su desigualdad desenfadada. Ese dulce acento imposible de imitar. El champán a cualquier hora y en cualquier lugar… Los detalles.  Esos de los que nunca nos acordamos y que serán lo que más echemos de menos cuando ya no estén a nuestro lado.

Son las pequeñas cosas.

Paris y su gente. Sentada en el metro, perdida entre esa muchedumbre que acude puntual a su rutina, te das cuenta en primera persona que no son especialmente guapos ellos ni misteriosas ellas. Pero son perfectamente imperfectos. Arrebatadoramente apasionados. De humor frío y arrogante. No apto para cualquiera. Conscientes de sus defectos y, aún así, los cultivan hasta límites enfermizos. Desaliñados, o no, la elegancia forma parte de su ADN. Elegancia al caminar, al sonreír, al…vivir. Esa mueca parisina que muchos odian y yo adoro.

Son las personas.

Una telaraña de calles hacen de París algo más que la ciudad del amor. No es un plan. No es una idea. No es la imaginación. Es…real. Donde sólo pasear te hace sentir viva. Andar y desandar. Sin ruta. Porque no hay mejor manera que disfrutar de aquello que te engancha dejándote llevar. Y confieso que no siempre fue así. Antes iba por la vida mirándome los pies hasta que adiviné que la vida sólo se comprende hacia atrás pero hay que vivirla siempre hacia delante. Y con los ojos bien abiertos.

Mientras recorres París no quieres que el tiempo corra. Es inútil. Ni lo intentes. Ríndete. El tiempo seguirá su camino. Sólo te queda el consuelo de acariciarlo…entre los dedos.

 

Coco.

 Rue Guersant. Desde la ventana de mi rubia parisina.

Un día de marzo de 2016.

Sin más detalles.

El resto…vuestra imaginación.

 

 

 

 

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