…cargado de café.

Volver a la rutina con esa mezcla de morriña por todo lo vivido y pereza por lo que está por venir. Con cierta desgana y echando cuentas para las próximas vacaciones. Buscando alguna señal que te diga que estás cerca de volver a los buenos momentos y no esa sensación de autómata que te acompaña y te hace sentir que no estás viva.

Que nadie se escandalice pero…  ¡Ay bendita rutina, vuelve a mí! ¡Que los domingos nunca dejen de ser domingos! Sí. Esos domingos con su rollo gris y decadente. Y el lunes, mientras, saludando de reojo.

Seguro que habrá gente que no lo entienda pero, a estas alturas de la copla, francamente, me importa bastante poco. Todos nos quejamos de ella. Y ella, siempre, al acecho. Yo, sin embargo, tendría mil razones para darle las gracias a la rutina.

Porque es con ella cuando caigo en la cuenta de las cosas buenas de la vida. Cuando veo que la felicidad se cuenta por momentos. Momentos de vivir lo auténtico. Pasando del todo a la nada sin dar tregua. Esos de pensar poco y sentir mucho. Cuando no me importa gritar a los cuatro vientos que lo mío son las torrijas cargadas de canela y las mañanas perezosas. Y que soy más de hogar que de casa. De saborear los pequeños placeres de la vida: las sobremesas, esa canción o un cine con mi hija…son esos ratos, pequeñas historias y algunos secretos, los que me pondrán una sonrisa cuando vuelva a la rutina.

Y es con la rutina, bien entendida, cuando aprendes que la felicidad manda. Cuando te das cuenta que echar de menos es bueno. Cuando descubres la importancia de rodearte de personas que te quieren de verdad. Incluso los días oscuros. Esos días en los que darías un portazo y te marcharías lejos, muy lejos. Esos días en los que te caes mal. Es entonces cuando sabes que para ellos siempre estás. Y cuando sabes que es a ellos a quien debes cuidar. Esas personas son las que cuentan. Las que te reconciliarán con el mundo. Y las que restan, directas a la salida. Todo esto te lo enseña…la rutina.

La rutina tiene mucho poder. Nada mata más que ella. Pero sin ella seríamos peores personas. Personas sin marcas ni cicatrices. Sin recuerdos en la memoria de un día gris. Sin saber que se puede vivir de otra manera. Y olvidando que cada mañana tendremos un nuevo beso…cargado de café.

Dicho esto, si la ves aparecer, no la apartes de tu vida. Déjale entrar y que te ponga en tu sitio. Respira hondo, echa la vista atrás y tira de emociones sin control pero, después, vuelve. Porque las sorpresas (y esas cosas que no se cuentan) siguen ahí esperando…gracias a la rutina.

 

Coco.

Fuente de la fotografía: Pinterest.

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